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Gaza: "Hay que tragarse las lágrimas y ser un faro de esperanza", el día a día del sacerdote argentino Gabriel Romanelli

2024-12-23

Autor: Laura

En medio de la devastación, la parroquia de la Sagrada Familia se erige como un faro de luz.

La única iglesia católica en Gaza continúa siendo un refugio físico y espiritual para cientos de personas, más de un año después del inicio de la actual ofensiva israelí.

El padre Gabriel Romanelli, un sacerdote argentino de la congregación Instituto del Verbo Encarnado, lleva más de cinco años en Gaza y sumando tres décadas de misión en Medio Oriente.

A diario, el padre Gabriel enfrenta múltiples desafíos, desde proporcionar electricidad a ancianos con oxígeno hasta encontrar la fuerza para sonreír y jugar con los niños en un entorno marcado por el sufrimiento.

En estos 14 meses de conflicto, la comunidad cristiana ha sido objeto de constantes ataques. En octubre de 2023, un bombardeo israelí resultó en la muerte de 18 personas en la iglesia ortodoxa de San Porfirio. Por si esto fuera poco, el papa Francisco condenó otro ataque que cobró la vida de tres mujeres dentro del complejo de la iglesia católica.

La ofensiva ha dejado más de 44,000 muertos, incluidos más de 17,000 niños, y más de 100,000 heridos, según el Ministerio de Salud de Gaza. Más de 11,000 personas siguen desaparecidas, presuntamente bajo los escombros.

Desde su parroquia, el padre Gabriel compartió sus experiencias y reflexiones con la BBC. Recién llegó a Gaza después de estar en Belén y Jerusalén oriental cuando comenzó la guerra.

La comunidad cristiana ha experimentado una drástica reducción de sus miembros, pasando de 1,017 a menos de 700, lo que significa que ya no pueden mantener su dinamismo y actividades anteriores. "Éramos pocos, pero activos", enfatiza el padre Gabriel.

En la parroquia se albergan alrededor de 500 refugiados, que incluyen tanto a familias cristianas como a personas de otras denominaciones. Entre los refugiados se encuentran niños, adolescentes y ancianos con discapacidad, atendidos por las Misioneras de la Caridad.

Sin electricidad y con limitaciones de recursos, el padre Gabriel ha implementado paneles solares, aunque muchos han sido destruidos en los bombardeos. A pesar de las circunstancias, se están haciendo esfuerzos por facilitar acceso a la comida, gracias a la ayuda humanitaria que ha logrado ingresar con el apoyo del patriarcado y el papa.

Con sólo una de las tres panaderías aún en funcionamiento, la situación alimentaria es crítica. "La carne no ha estado disponible durante meses", indica con pesar. Obtienen agua de una cisterna descubierta por el sacerdote austriaco que construyó la parroquia, un regalo de Dios en tiempos difíciles.

Diariamente, el padre Gabriel y su comunidad se esfuerzan por mantener la vida espiritual. Se inician las actividades con meditación y oraciones, y se organizan lecciones y actividades para los niños para contrarrestar el dolor de la guerra.

El sacerdote también menciona un aspecto desgarrador de la guerra: la presión de una posible evacuación. Si bien hasta ahora no han recibido órdenes de desalojo, muchos en Gaza viven en constante temor y desamparo.

El padre Gabriel comparte su mensaje de esperanza: "Hay que tragarse las lágrimas y ser un signo de esperanza para todos. La guerra es dura, pero el amor y la fe pueden guiarnos hacia la sanación".

Finalmente, hace un llamado a trabajar por la paz y ayudar a los más necesitados, destacando que cada pequeño gesto cuenta en el camino hacia la recuperación.

En medio de la oscuridad, él y su comunidad siguen esperando un futuro diferente, uno en el que la paz finalmente prevalezca sobre la guerra.