Muchos podrán considerar que lo que afirmo es una exageración, pero cada vez que recuerdo a Donald Trump alardeando sobre cómo está liberando a Estados Unidos de la 'opresión' del resto del mundo, me reafirmo en que estamos ante una catástrofe universal. Esta situación resulta tan dolorosa como indignante. Los economistas, juristas, diplomáticos y políticos de todos los rincones del planeta desmenuzarán en los próximos días la gravedad de esta vileza, que parece estar al servicio de la creencia de Trump de ser el salvador de los privilegiados a costa de empobrecer y condenar a los más desfavorecidos.

Mientras tanto, todos lamentamos este desprecio hacia el resto de la humanidad, preguntándonos de qué realmente hay que liberar a Estados Unidos. Trump ha comenzado a estimular nuestra indignación con su actitud despreciativa, la cual ya era reconocida mucho antes de que asumiera la presidencia. Ahora, con tanto poder en sus manos, parece dispuesto a unirse a una cruzada de venganza; venganza de la que no sabemos el motivo, pero que se manifiesta en decisiones crueles y engañosas.

He vivido en Estados Unidos por seis años, siguiendo de cerca la actualidad y admirando la rica diversidad étnica del pueblo americano, sus libertades culturales, religiosas y sociales, así como su estabilidad política, garantizada por una Constitución respetada desde hace más de dos siglos. Conocemos el poderío militar y económico de este país, que impone su autoridad a nivel internacional, pero jamás escuché allí el absurdo acceso de ser un país oprimido.

Trump, con su egolatría desmedida, amenaza con volcar la frágil estabilidad mundial. Su reciente discurso no solo indicó una peligrosa euforia, sino que también anunció el inicio de nuevos problemas, incluyendo el alarmante riesgo de una tercera guerra mundial. Además, sus políticas están destinadas a incrementar los precios de medicinas, alimentos y otros bienes esenciales, lo que seguramente provocará un aumento en las muertes por hambre.

Al observarlo mencionar nombres de países como Bangladesh, donde cada día cientos de personas mueren víctimas de la miseria y el hambre, no pude evitar ver a Trump no solo como un líder irresponsable, sino como un personaje malvado en la historia de tiranos contemporáneos. Lo que está en juego es mucho más que una simple batalla comercial; se trata de vidas humanas y un futuro que podría desmoronarse en manos de un individuo cuya visión es peligrosamente limitada y egoísta. En este contexto, la pregunta no es solo qué tipo de país quiere Trump, sino qué tipo de mundo dejará tras de sí.