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¿Por qué los jubilados japoneses eligen la prisión como su última morada? Descubre la sorprendente realidad detrás de este fenómeno

2025-01-25

Autor: Marta

Japón, famoso por su alta esperanza de vida y sus preocupantes tasas de natalidad, está siendo testigo de un fenómeno social que deja boquiabiertos a muchos: un creciente número de personas mayores optan por cometer pequeños delitos para ser encarceladas. Esta tendencia no es casual, sino que revela problemas más profundos, como el aislamiento social y la pobreza, así como un sistema de bienestar social que, para muchos, resulta inadecuado y limitado.

En las prisiones japonesas, el envejecimiento de los reclusos es un espejo del envejecimiento de la sociedad en su conjunto. En la famosa prisión de Tochigi, la mayor instalación penitenciaria para mujeres del país, es común ver internas que ya no tienen la vitalidad de su juventud. Estas mujeres, muchas de ellas de cabello canoso y con movimientos lentos, reciben la ayuda que no pueden encontrar afuera: comidas diarias, atención médica y compañía.

Akiyo, una mujer de 81 años condenada por robar alimentos, ha encontrado en la prisión no un castigo, sino un refugio. “Quizás esta vida es la más estable para mí”, declaró. Lejos del frío y la soledad del mundo exterior, aquí tiene acceso a lo básico: salud, comida y compañía.

Una realidad que se repite es que, según datos de la OCDE, más del 20% de los adultos mayores vive en condiciones de pobreza. De hecho, en 2022, más del 80% de las mujeres encarceladas en Japón habían cometido delitos menores, muchas veces por obligación económica. La historia de Akiyo no es única, sino que representa a miles que se ven atrapados en un ciclo de privación.

El aislamiento, además de la pobreza, lleva a otras mujeres a la prisión en busca de una forma de comunidad que les niega la sociedad. Takayoshi Shiranaga, guardia de la prisión, menciona que “hay personas que vienen aquí porque tienen frío o hambre”. La prisión se va convirtiendo en una mal llamada 'casa de cuarentena' donde una afectuosa comunidad puede ser encontrada entre sus rejas.

Sin embargo, los cambios en las prisiones son innegables. Su población carcelaria de adultos mayores ha crecido exponencialmente en las últimas dos décadas, lo que ha llevado al sistema a adaptar sus servicios, casi como si se tratara de un hogar de ancianos en lugar de un centro penitenciario. Los guardias se han capacitado para cambiar pañales, ayudar a los internos a bañarse y supervisar la medicación de quienes necesitan cuidados especiales. Aunque positiva, esta situación plantea serias preguntas sobre el futuro del bienestar de los ancianos en Japón.

Incluso algunas reclusas, como Yoko de 51 años, han aprovechado su tiempo en prisión para recibir formación en el cuidado de ancianos y ayudan a otras internas. Sin embargo, a pesar de estos esfuerzos, el sistema enfrenta un dilema: Japón necesitará aproximadamente 2.72 millones de cuidadores para el año 2040, según las proyecciones del gobierno, y la falta de personal capacitado es alarmante.

El gobierno, consciente de la situación, ha puesto en marcha programas para fortalecer la reintegración social de los ancianos, ofreciendo recursos en comunidades y ayudas habitacionales. Sin embargo, estas medidas son limitadas, ya que la falta de redes de apoyo se hace sentir. Megumi, otra guardia en Tochigi, enfatiza que muchos no cuentan con el apoyo necesario y terminan regresando a prisión. El caso de Akiyo subraya este dilema; aunque cumplió su condena, su temor a volver al vacío de la soledad la aterra. “Estar sola es muy difícil”, sostiene, testificando que el encierro puede ser una opción más deseable que enfrentar un mundo que ha olvidado su existencia.

Así, los muros de la prisión de Tochigi se siguen llenando de cabellos canosos y manos arrugadas, un triste reflejo de una sociedad que se enfrenta a su creciente población envejecida y marginada, preguntándonos: ¿qué futuro les espera a nuestros ancianos?