Oríjiv: la inquebrantable resistencia ucraniana entre los escombros
2025-01-18
Autor: Lucia
En la desolada Oríjiv, una de las ciudades más afectadas del este de Ucrania, la vida persiste en medio de la devastación. La avenida Shevchenka, la más limpia de la ciudad, nos presenta a Liubov Dernova, una mujer de 54 años con un espíritu indomable que barre su calle con determinación y cuidado. Ella, junto a cerca de 800 valientes residentes que desafiaron el éxodo ante la invasión rusa, encarna la lucha de una comunidad que se niega a sucumbir.
Desde el inicio de la invasión a gran escala, Oríjiv ha sido testigo del horror de los bombardeos rusos, que han llevado a la gran mayoría de sus 21,000 habitantes a buscar refugio en lugares más seguros. A pesar de la devastación, Dernova se aferra a su trabajo, cuya simpleza le brinda un propósito en medio de la angustia. "Mi trabajo me ayuda mucho porque me siento útil", sonríe, aunque su voz se quiebre al recordar que su hogar también ha sido severamente dañado: "Las ventanas volaron, el techo se cayó... todo se ha perdido".
El gobierno local, representado por Oleksander Billeris, jefe adjunto de la Administración Militar, reconoce la situación crítica. Solo se mantienen en pie algunas funciones básicas, como la recolección de basura y la distribución de ayuda humanitaria. La falta de agua corriente desde el inicio de la invasión es un recordatorio constante del desgarrador estado de la ciudad.
El corazón de Oríjiv parece latir nuevamente en un rincón especial: el patio de lo que fue la Administración local, donde la organización benéfica World Central Kitchen, liderada por el chef español José Andrés, ha establecido una cocina para proporcionar alimentos a quienes aún se quedan. Nikola Sobko y Serhii Onischenko, dos jubilados, observan desde la distancia y comentan que están bien, ya que han tenido una pausa en los bombardeos, lo que define la vida cotidiana en este contexto tan incierto.
Mientras el pueblo sigue su rutina entre riesgos constantes, hay quienes hacen malabares con la economía. Natalia y Marina, dos comerciantes locales, han vuelto a abrir sus pequeñas tiendas a pesar de los daños en sus hogares. "No tengo miedo, solo se lo tengo a Dios", afirma Marina, una reflexión que encapsula el coraje que emana de las calles de Oríjiv, donde la risa y la tragedia coexisten.
La guerra ha despojado a estos habitantes de la normalidad. Justo antes de la invasión, sus hijos asistían a clases de arte y danza. Hoy, la vida parece haberse detenido, dejando solo un eco de la cultura y la alegría que caracterizaban el lugar.
La situación en la ciudad es reflejo de la estrategia militar rusa, donde destruir los edificios es un paso hacia la captura de las comunidades vacías. La resistencia ucraniana sigue firme, y aunque los ataques continúan, este microcosmos de resistencia alimenta la esperanza en tiempos de desesperación.
Liubov Dernova, al escuchar un nuevo estallido en la distancia, mantiene la calma. "He aprendido a reconocer los diferentes sonidos de las explosiones. Distingo las bombas que vienen y las que van", dice con la sabiduría ganada en medio del caos. Su territorio ha cambiado drásticamente, pero su determinación no ha flaqueado. "Este es mi hogar y todo ha sido completamente destruido", lamenta, a la vez que reafirma su compromiso de permanecer: "La gente se fue, pero yo aquí estoy, esperando a que todo acabe".