El pasado viernes, el icónico teatro Campoamor de Oviedo se iluminó con la celebración de los premios Princesa de Asturias, un evento que cada año reúne a personalidades del mundo de la cultura, la ciencia y la sociedad. Este año, la atención estuvo centrada en la joven princesa Leonor, quien conmovió a todos los asistentes al dedicar unas emocionantes palabras en catalán al legendario cantautor Joan Manuel Serrat, un gesto que dejó a todos sorprendidos y que destacó su conexión con la lengua y cultura de su país.

Sin embargo, lo que realmente robó el espectáculo fue un inesperado momento que rompió con el protocolo habitual: justo antes de la entrega de premios, la reina Letizia y Serrat se dieron un beso. Este gesto audaz generó un debate entre los colaboradores de La Roca, quienes discutieron quién de los dos había iniciado el desliz: ¿la monarca o el célebre cantante?

Este encuentro no solo fue una muestra de afecto y respeto mutuo, sino que también subraya el carácter distendido y humano que pueden tener las instituciones en ciertos momentos. En un contexto donde las reglas rígidas a menudo dictan el comportamiento, estos instantes pueden ser refrescantes y recordarnos la importancia de la cercanía entre figuras públicas. La gala, cargada de emotividad, dejó claro que el futuro de la monarquía podría estar en manos de una generación que valore más el sentimiento que el protocolo.