En un giro sin precedentes en la política austriaca, la ultraderecha ha logrado colocar a uno de sus miembros al frente del Parlamento por primera vez. A pesar de no haber logrado formar un gobierno tras ganar sin mayoría clara las elecciones parlamentarias de septiembre, el Partido de la Libertad (FPÖ) ha conseguido que Walter Rosenkranz sea elegido como presidente del hemiciclo, recibiendo un rotundo 61,7% de los votos válidos en una votación secreta que se llevó a cabo este jueves.

La tradición política en el Parlamento austriaco –que cuenta con 183 escaños– establece que el partido que gana las elecciones asuma la presidencia, con las siguientes posiciones reservadas para los partidos que lo siguen en la votación. Sin embargo, la elección de Rosenkranz ha suscitado una intensa polémica, ya que es miembro de una cofradía estudiantil con ideología pangermánica y ha sido criticado por sus conexiones con grupos que han minimizado los crímenes del nazismo.

La designación de Rosenkranz fue condenada por Los Verdes, los socialdemócratas y la comunidad judía de Austria, quienes expresaron su preocupación ante el ascenso de figuras de la ultraderecha en posiciones de poder. A pesar de la controversia, el FPÖ contó con el apoyo inesperado de los conservadores (ÖVP), quienes optaron por seguir la tradición de ofrecer la presidencia al partido ganador, sugiriendo una posible colaboración entre estas alas de la política austriaca.

Rosenkranz, un jurista de 62 años que anteriormente se desempeñó como defensor del pueblo y fue candidato presidencial en 2022, ha declarado su intención de mantener todas las iniciativas de su predecesor, el democristiano Wolfgang Sobotka, en la lucha contra el antisemitismo, tanto en Austria como en Europa. Sin embargo, muchos se preguntan si su pasado y las relaciones de su partido afectarán realmente este compromiso.

Este cambio en la presidencia del Parlamento plantea preguntas serias sobre el futuro político de Austria y la creciente influencia de la ultraderecha en Europa. A medida que el continente enfrenta una ola de nacionalismo y polarización, el ascenso de Rosenkranz puede ser solo la punta del iceberg en una transformación política más amplia.