Mundo

¡Cómo Viena eludió el destino fatal ante Solimán el Magnífico!

2024-09-27

Autor: Antonio

A principios del siglo XVI, Europa se encontraba en un punto crítico, marcado por la intensa rivalidad entre los poderosos imperios de los Habsburgo y el otomano. Carlos de Austria fue coronado emperador en 1519, justo cuando Solimán el Magnífico asumía el poder tras la muerte de su padre Selim I.

El imperio otomano, con la mirada fija en el oeste, necesitaba superar la resistencia de la casa de Austria, una familia que se extendía desde el Mediterráneo hasta el Danubio. Ya en 1521, las fuerzas otomanas comenzaron su avance, conquistando la ciudad de Belgrado y luego la isla de Rodas en 1522, donde expulsaron a los Caballeros de San Juan. En este contexto, Solimán estableció alianzas estratégicas con potencias como Francia y Venecia, mientras Carlos V lidiaba con un vasto imperio que abarcaba desde España hasta los Países Bajos.

El primer asedio a Viena tuvo lugar en 1529, cuando Solimán, con casi 200,000 hombres, se presentó ante las murallas de la ciudad, que ya se conocía como la “manzana dorada”. A pesar de contar con un desproporcionado ejército, enfrentó una feroz defensa liderada por Fernando de Habsburgo y un pequeño pero decidido contingente que incluía refuerzos de mercenarios alemanes y arcabuceros españoles.

Un invierno inclemente también jugó un rol fundamental; el tiempo adverso y las lluvias hicieron caer la moral del ejército otomano, que finalmente se vio obligado a retirarse tras un mes de asedio sin éxito. La victoria de Viena fue celebrada con una misa en la catedral de San Esteban, marcando un punto de inflexión en la defensa de Europa contra el expansionismo otomano.

Sin embargo, el conflicto entre cristianos y musulmanes estaba lejos de finalizar. En 1532, Solimán lanzó otra campaña en un esfuerzo por reafirmar su dominio en Europa, mientras que Carlos V, tras reforzar sus tropas, se preparaba para enfrentarse a él. Pero, sorprendentemente, la batalla que todos esperaban nunca llegó; Viena se encontraba mejor defendida y los otomanos, desbordados y alejados de sus líneas de suministro, decidieron retirarse una vez más tras un largo y agotador asedio.

La resistencia de Viena no solo salvó la ciudad, sino que impidió la expansión otomana por Europa durante siglos. El evento se celebra como un hito crucial de la historia europea, un legado que recuerda la tenacidad de los pueblos ante los desafíos de la invasión. En el 1683, la ciudad sufrió otro asedio, que terminó en un enfrentamiento decisivo en la batalla de Kahlenberg, donde las fuerzas cristianas, lideradas por Juan III Sobieski, lograron una victoria definitiva, subrayando que la lucha por la libertad y la identidad europea estaba lejos de haber terminado.

Hoy en día, el sitio de Viena y su resistencia son recordados como símbolos de la unión europea ante amenazas externas. Sin embargo, la historia demuestra que la paz es un esfuerzo constante y la vigilancia es esencial.