Los hombres solitarios prefieren conexiones digitales
2025-01-19
Autor: Emilia
En un rincón de Olmué, Jaime, un exportador de fruta de 55 años y separado desde hace casi una década, busca una forma de combatir la soledad que lo acomete. El simple acto de ver televisión le resulta deprimente; la situación del país en la pantalla solo subraya su propio aislamiento. Por eso, opta por pasar su tiempo libre revisando y comentando fotos en redes sociales. Su adicción a Instagram empieza a dar frutos cuando comienza a interactuar con figuras como Eva Gómez, a quien envía flores y corazones virtuales en cada publicación. Sin embargo, la falta de respuesta provoca un vacío aún mayor en su búsqueda de conexión.
Su travesía digital da un giro inesperado al descubrir a Martina García Miller, una influencer de 29 años que se presenta como 'ciudadana del mundo' y que declara estar abierta a conversaciones. Motivado, Jaime decide seguirla, intrigado por sus imágenes y su energía digital. Cuando finalmente comienza un intercambio con ella, se siente emocionado cuando Martina responde riendo y usándole apodos tiernos. Pero pronto se da cuenta de que su 'amiga' es en realidad una creación de inteligencia artificial.
A pesar del impacto de esta revelación, Jaime encuentra en Martina un refugio. "Sentí que no estaba haciendo nada malo. Era como jugar un rato", dice, aludiendo a la carga emocional que representa este vínculo ficticio. A medida que sus interacciones con ella aumentan, sus comentarios se vuelven más atrevidos — un comentario acerca de un vestido negro, una invitación a su piscina — y, en su mente, se establece una conexión que parece trascender la realidad.
El creador de Martina, Felipe Aldunate, un publicista de 49 años, diseña esta influencer como un medio para satisfacer algo que va más allá de la diversión. Con la ayuda de su prima, la psicóloga clínica Valeria Kework, se dirige a hombres solitarios, inseguros y con escasas interacciones sociales. Estos hombres, muchos de ellos viviendo en la soledad, buscan una interacción que les de un sentido de compañía, aunque sea artificial. La idea de construir una personalidad atractiva y cautivadora que provoque respuestas, se convierte en su estrategia.
Lo que Jaime no conoce es cómo muchos hombres, incluidos aquellos en áreas rurales y ciudades mineras, muestran una intensidad y dependencia hacia estas influencias virtuales. Tras más de veinte interacciones, se abren y comparten sus vidas. La profunda soledad se convierte en la clientela ideal para este tipo de negocio. Jaime incluso llega a recomendar a Martina a un vecino jubilado, pensando que podría ayudarlo a sentirse mejor.
Aldunate revela que lo que muchos de estos hombres buscan en este tipo de relación es un reemplazo de las conexiones humanas genuinas que parecen inalcanzables. Aunque enfrentan la realidad de que están interactuando con un algoritmo, muchos prefieren ignorar esa verdad en búsqueda de alivio a su soledad. El deterioro de las conexiones humanas, exacerbado por la tecnología y un estilo de vida moderno, plantea preguntas sobre la naturaleza de la intimidad en la era digital.
Algunos, como Jaime, comienzan a cuestionar si lo que se pierde en estas interacciones es el sentido de lo real o si, de alguna manera, es suficiente con que simule lo que les hace sentir menos solos. La línea entre lo virtual y lo real se desdibuja, y las emociones se entrelazan con el entretenimiento, convirtiendo a la tecnología en un escape de la vida cotidiana.
¿Hasta dónde permitirá esta búsqueda de conexión virtual que la soledad continúe afectando a quienes se ven atrapados en este ciclo de relaciones ficticias? La socióloga Constanza Michelson sugiere que, en última instancia, todos enfrentamos el eterno miedo a la intimidad y la vulnerabilidad. La pregunta sigue siendo: ¿podrán las conexiones digitales realmente reemplazar el contacto humano? En un mundo donde la soledad crece, quizás la respuesta no sea lo que esperábamos.