
La conmovedora historia del profesor que donó su cuerpo a la ciencia... junto a su querido perro
2025-03-22
Autor: Emilia
Grover Krantz, un profesor universitario con un interés inusual, dedicó gran parte de su vida a investigar la existencia de Pie Grande, una criatura mítica que muchos creen ser un homínido perdido en la evolución humana. A pesar de sus fervientes búsquedas y dedicación, Krantz falleció sin haber encontrado pruebas concluyentes sobre esta enigmática criatura.
Desde sus años de estudiante en la Universidad de Berkeley, donde publicó un artículo sobre las diferencias entre los huesos de perros y coyotes, hasta su carrera académica en la Universidad Estatal de Washington, Krantz siempre destacó por su curiosidad y amor por los animales, especialmente por su perro irlandés, Clyde. Este perro no solo fue su fiel compañero durante sus investigaciones, sino que también lo ayudó a superar momentos difíciles en su vida personal.
A lo largo de su carrera, Grover enfrentó numerosos desafíos. Después de una serie de desavenencias con sus profesores, abandonó el programa de doctorado, lo que le llevó a una etapa de depresión. Sin embargo, la llegada de Clyde a su vida cambió su rumbo, llenando su hogar de alegría y brindándole compañía en su búsqueda del legendario Pie Grande. Juntos vivieron aventuras y desafíos, pero su lazo se fortaleció a medida que Krantz se dedicaba a recopilar testimonios y moldes de huellas, buscando pruebas de la existencia de esta criatura.
Lamentablemente, la vida de Krantz comenzó a desmoronarse cuando Clyde falleció repentinamente. El perro había sido su apoyo emocional, y su pérdida sumió al profesor en un profundo pesar. En medio de su dolor, continuó con su trabajo como antropólogo, aunque se le veía más afectado por no tener a su querido amigo a su lado.
Al llegar a la cúspide de su carrera, Grover fue diagnosticado con cáncer de páncreas en 2002. En lugar de rendirse, decidió hacer una donación excepcional: pidió que, después de su muerte, su cuerpo fuera utilizado para la enseñanza en el Museo Nacional de Historia Natural del Smithsonian, asegurándose de que su legado como educador perdurara más allá de la vida. Pero había una condición: además de su cuerpo, quería que se cuidaran de sus otros perros adoptivos, Icky y Yahoo, quienes llegaron a su vida después de la muerte de Clyde.
Krantz falleció, pero su historia no terminó ahí. Su esqueleto ha sido preservado y ha sido parte de diversas exhibiciones en el museo, y cada vez que es presentado, se recuerda su amor por la ciencia, los animales y su inquebrantable espíritu de investigación. La conmovedora unión que simboliza su deseo de estar eternamente junto a sus fieles compañeros es un testimonio del amor profundo que sentía no solo por su trabajo, sino también por aquellos que lo acompañaron en su viaje.
Grover Krantz no solo será recordado como un académico excéntrico y apasionado por Pie Grande, sino también como un hombre que entregó su vida, su cuerpo y su amor incondicional a su mejor amigo, el perro Clyde, y a la ciencia.